No todo fue tan malo.
Recuerdo
cuando me enseñó a reconocer en el cielo la constelación de Orión desde su casa a través
del teléfono. El estaba en su casa y yo en la mía, ambos vivíamos en los
suburbios por aquel entonces. Pasada la media noche las estrellas se veían nítidamente
y como era verano estaban todas las ventanas abiertas. Me indicó que subiera al
balcón y mirara al cielo en dirección a su casa. Frente al álamo del vecino y
al costado del sauce de mi familia me quedé parada, en silencio, quieta, con el
teléfono inalámbrico pegado a la oreja. Con
pocas orientaciones trazamos juntos la figura de ese guerrero con escudo y
garrote en mano. Cuando me dijo que la cabeza apuntaba al norte busqué en el
cielo la Cruz del Sur, la única constelación que conocía, para constatar si
estaba en lo correcto <más o menos
que sí> le dije.
No me gustaba darle la razón.
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