jueves, 23 de agosto de 2012

Té para tres.


Estábamos los tres ahí.
De pronto me percaté de ello, no sé porque en ese momento, porque no antes o después al salir. Si uniésemos nuestros cuerpos con un hilo imaginario, pongámosle de color azul, de seguro que se formaría un triangulo. También azul. Uno irregular, uno de esos que no tienen todas las caras iguales. No lo había notado por estar envuelta en nuestra conversación, la de a dos. Con atención lo escuchaba mientras me miraba al espejo. Bajo el agua de la ducha su voz parecía más lejana que de costumbre, pero en cambio, a la mía la sentía retumbar en las paredes húmedas. El espejo no me devolvía ninguna imagen por el espeso vapor por lo que me senté en la tapa del retrete a masajearme los pies. Me contaba que, camino a casa, había imaginado un viaje, de esos transformadores que te cambian la vida. En este viaje íbamos los dos con un pequeño bolso de cada uno. No me quedó claro si este detalle era a razón de su deseo de  moverse liviano o una insinuación a mi género con mala reputación. Abrí un poco más la puerta pues temía por la supervivencia del gato, el tercero en el improvisado triangulo imaginario. Cuando el vapor comenzó a disiparse al cerrar la canilla caliente, una singular claridad invadió el espacio pero ninguno de los tres se movió de su lugar.