Esta no es una mañana cualquiera. No
señor. Un quejoso maullido de un gato vecino me despertó de madrugada y no pude
volver a cerrar los ojos hasta que todas las ventanas estuvieran bien cerradas
y la sensación de asfixia me venciera de sueño. Cuarenta minutos de remolonear
después del sonido de la alarma fue el mejor récord que tuve en por lo menos
dos o tres años. Una pequeña victoria cotidiana.
El pastelito de naranja y jengibre
no le gustó, asique me lo comí yo acompañada de mi más fiel compañero. Ni mi
gato que duerme acurrucado en las sábanas, ni mi novio que hace tres horas
intenta mejorar su caligrafía con plumas y tinta, me refiero a mi mate que, aun
lavadito, siempre está rico. Y a limpiar esos suplementos de cultura viejos! Arranqué
una voraz lectura de críticas literarias y entrevistas a artistas como el ex
sonidista de los Beatles. Aguanté las ganas de ponerlos a todo volumen y me
concentré en un resumen de Vargas Llosa: “querer huir del vacío y de la
angustia que provoca el sentirse libre y obligado a tomar decisiones como qué
hacer de sí mismo y del mundo que nos rodea (…) es lo que atiza esa necesidad
de distracción”
¿En qué nos estamos distrayendo? ¿De
qué nos estamos distrayendo?
Esta no es ninguna victoria cotidiana.
Esta no es ninguna victoria cotidiana.
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