Tenía la boca seca, señal de que
algo andaba mal,
se subió al primer autobús que pasó
por la terminal.
No cerró los ojos en las ocho horas
que duró el viaje,
sabía que esta vez no iba a pagar
por exceso de equipaje.
No cargaba más que un sentimiento de
culpa intolerable,
pensó en volver, pero ya no quería
hablarle.
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